domingo, 23 de junio de 2013

ROMANCE DEL REENCUENTRO

Por Paqui Castillo Martín



I

(En el altar de los lares, Penélope arrodillada implora a la estatuilla de barro que representa a Odiseo)



He venido ante ti con estos versos,

Odiseo, esposo mío.

¿Recuerdas, aún, la primera vez?

Nos mirábamos.

Mis ojos mansos, en la noche,

volaban sobre la blanca Itaca

dormida.

Velaba tu sueño

el canto del grillo,

de amor presagio.

Quizás transcurrieran segundos,

quizás eones.

Sólo sé que me deshice en tus brazos

y fui

parte del cosmos.

Lloré, creo,

tan sólo una lágrima, 

pero ríos y

marismas engendraron

tus besos y los míos.

He venido ante ti con estos versos

por si me olvidaste.

Ayer, quizás hace mil años

te vi como entonces:

una casulla raída

y sandalias de esparto,

los mismos ojos viejos.

Glauco y oro

en ellos

se confunden y se mezclan

como hermanos.

¿Me miraste?

Sí, pero acaso no me veías.

Me marché en silencio

por la retorcida calleja.

Te dejé en el dintel del Hades

promesas, sonrisas

y un óbolo para el remero.

He venido ante ti con estos versos

a reclamarte sin derecho.

Probablemente has muerto

hace mucho,

pero todavía no lo sabes.

En mi corazón

pernoctan, irredentos,

tus latidos.

Mujer al fin,

te quise tanto

que aún en la otra vida

habré de amarte.

¿Regresarás?

¿Anunciará algún día Argos tu llegada?

Aurora, hija de Atlas,

alumbra de la nave

como alondra

su regreso

al regazo de la esposa.

El sudario es ya tan largo,

y mi mano tan nudosa...

¿He de perecer enredada

entre los hilos

que mueve y corta la parca?





II

(Penélope, al sonido de unos pasos, levántase y mira por el balcón hacia la playa)



Dime, ¡oh, Zeus!, padre de los dioses,

si mis ojos no me engañan.

¿No es ése Odiseo, en la orilla?

¡Argos ladra!

¡Presto! Mi palacio embelleced,

nobles antorchas,

con la luz de la esperanza.

Ha cuatro lustros

que no lucen

ni trono que un reino valga.

¡Teñid mis albos cabellos,

tañed el crótalo, la dulzaina!

¡Odiseo, nuestro padre,

está llegando a la playa!

Mi vestido...

que sus remiendos

cubran 

conchas de fino nácar.

Nunca debe sospechar

el esposo

la miseria de Itaca .

¡Oh, Selene,

la del rostro ambarino,

que no perciba 

en mi los afeites de Lesbos,

la belladona de Artemisio,

el carmín de Mitilene

el rubor de Dodona!

Prudentes pitias,

¡Cantad vuestros oráculos!

Mujeres espartanas,

¡Preparaos para el combate!

Llegado ha,

el hermano de leche de Alcinoo,

heredero de Perseo.

Oigo sus pasos,

gozosa corro al encuentro.

Pero, ¡mísera de mí!

¿Qué es lo que veo?

No puede ser este anciano

el rey de todo el Egeo.







III

(Odiseo a su esposa)

He venido ante ti con estos versos,

Penélope, la dulce.

Recuerdo aún la primera vez.

Nos mirábamos.

Tus ojos mansos, en la noche,

volaban sobre la blanca Itaca

dormida.

Velaba mi sueño

el canto del grillo,

de amor presagio.

Lloré, creo,

tan sólo una lágrima, 

pero ríos y

marismas engendraron

mis besos y los tuyos.

Odiseo rey soy.

¿Aún te atreves a dudarlo?

Hombre al fin,

te quise tanto

que aún en la otra vida

te sigo amando.

He venido ante ti con estos versos:

aun espectro vagabundo

en amor quedo esperando.






IV

(Apoteosis)

En Sardes, un sepulcro

y en él de Odiseo enterrado

el su cuerpo,

que su alma

asciende hacia el Olimpo

en un carro triunfal

por caballos tirado,

mientras en Itaca Penélope

sigue tejiendo el sudario.

¡Habrá de guardarla Odiseo,

hasta el fin de sus trabajos!


Fuente ilustración: odiseodisea.blogspot.com

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