domingo, 16 de febrero de 2014

Castillos en Marte (novela por entregas)

La montaña gris

Mi primer objetivo es la montaña gris. Se que, así en la distancia, parece inalcanzable. Los cirros la rodean y tiene la apariencia de una fortaleza inexpugnable. Pero poco a poco, paso a paso, la iré cercando. Faltan kilómetros y kilómetros y kilómetros; seguiré llenando mis pies de barro, pero me da lo mismo. Los aldabonazos persisten, allá a lo lejos; parece que Mamá y Carolo prosiguen en su empeño de hacerme tomar un almuerzo ya frio. Las rosas deben estar desangrándose en los parterres, pero a mí ya no me importa; yo sigo caminando. Ahora, los trinos de los pájaros son más intensos; el sol está cayendo y el horizonte parece una gran masa de ropas y de lienzos que al pintarse exudaran una substancia entre nívea y rojiza: se va infiltrando en mi alma; como cuando una espina te pincha y brota sangre y se mezcla con lágrimas. Es doloroso, un nacimiento doloroso; salgo de un útero y todo a mí alrededor es un poco sucio, un poco desconcertante, pero yo sigo adelante, sigo naciendo, sigo saliendo hacia el exterior. Mi llanto corona de perlas azules la cabeza, la cara, el cuello, también el pecho. No me siento ni fea ni hermosa; simplemente sé que tengo que seguir caminando. La montaña está muy lejos, los aldabonazos también. En medio de la nada, tengo un miedo inmenso; parece que los secuaces de Papá están muy cerca; sin embargo, sólo me rodea el silencio. Silencio por todas partes, silencio en mi interior,silencio en el bosque que está cada vez más cercano. " Creo que voy a pasar la noche allí", me digo, para armarme de valor.
De repente, se acerca a mí un pequeño personaje. Como salido de un cuento de duendes y hadas, tiene los ojos verdes, el pelo color ceniza y una expresión maléfica en el diminuto rostro. Valiente me acerco a él y, sin un asomo de resentimiento, le pregunto:
Pequeño ser, surgido de las profundidades del bosque, en verdad ser pequeño y extraño, ¿Qué hacés ahí mirándome?
-Julia Martina, soy aquel que sólo existe porque le sueñas. Me sueñas cada noche, pero al despertar ya no me recuerdas. Me llamo El Alumbrador de los Caminos. Mi misión es iluminar tu sendero el trecho necesario para que salgas del pozo oscuro en que te encuentras.
-Depresiva me hallo, ¡conque ésas tenemos! No hay psicólogo, psiquiatra, psicoterapeuta o psicoanalista en veinte mil kilómetros a la redonda -sollozo. ¿Qué será de mí?
-Sólo te tienes a ti misma, Julia Martina. Y esta lámpara que yo pongo en tus manos. Mientras no se extinga, estaré contigo. Cuando su luz se haya marchado, yo también me habré ido. -Dichas estas palabras, el Alumbrador de los Caminos se desvanece lentamente hasta desaparecer. Sin embargo, me doy cuenta de que se ha hecho todavía más pequeño, y que está dentro de la lámpara, insuflandole una especie de hálito divino, un éter que concentra el calor del foco con que se ilumina la lámpara. 
Gracias a esto, ¿se iluminará mi Camino? ¿Esta pequeña luz? ¿Y con todos los pájaros del mundo metidos en mi cabeza? ¿Y ni una sola puerta a la que llamar? El castillo tan lejos, yo tan hambrienta -dentro de mi, la Esfera, ya por fin digerida-. ¿Qué comeré? ¿Barro? ¿Piedras? ¿A dónde me dirigiré? Simplemente cuento con una luz para caminar y con un molesto duende que puede apagar su lumbre en cualquier momento. 
Pero tengo todo el tiempo del mundo para pensar.

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