sábado, 1 de marzo de 2014

Estudio en gris (cuento inverso)

Es estúpido...estoy cansado de revelar siempre el mismo estúpido fragmento de realidad venidera. Estúpido. Inútil. Estúpido, estúpido...Mi cámara enfoca un fragmento descontextualizado de materia aparentemente inerte, sin más consecuencia, sin atrapar siquiera el instante en que lo insignificante se vuelve significativo, para luego inyectarlo de luz ante mis ojos. Nada de lo frágil es eterno, nada de lo fragmentario forma parte del todo o se relativiza en la mirada de un personaje angustioso/angustiado atrapado en uno de los cuentos de Cortázar. "Las babas del diablo", de hecho, no me causó conmoción alguna, ni como relato ni como condición de portal de acceso a realidades otras. Y, sin embargo, aquí me tienen coleccionando estudios en gris de un enorme puzzle que nunca acabase de encajar. Huelga confesar que mi profesión de fotógrafo profesional me coloca en la posición del que mira atenta, intensamente, o sea del voyeur, aunque yo prefiero un término más acorde con lo que me gusta hacer: regarder. Regarder es guardar dos veces, una en la pupila y otra en la retina, la imagen que finalmente atrapará la mente. La señora que cruza el semáforo, sin apercibirse de que es mirada. El niño que llora. El antiguo liceo pintado de amarillo y reconvertido en centro cívico para usos múltiples. Los amantes. Y el regardeur que abre el diafragma de su cámara y aplica el objetivo a aquello que cree de su interés, para luego llevarlo a casa, a ese pequeño apartamento de la rue Du Chat, colocar el rollo en el tanque de revelado y esperar con impaciencia la nueva entrega de su pesadilla.
Porque en lugar de la señora que cruza el semáforo, sin apercibirse de que es mirada, el niño que llora, el antiguo liceo pintado de amarillo y reconvertido en centro cívico para usos múltiples o los amantes, aparece un nuevo centímetro cuadrado de mi piel escasa y desnuda sobre el acerado, y sé que es mi piel por esa mancha de nacimiento en forma de herradura y que asoma entre la hojarasca capilar, muslo izquierdo, en avenida con el cuádriceps y su infinita articulación de ramales venosos desembocando ya en la ingle, y sé que es mi piel porque el objetivo se burla de mi y quiere volverme loco, loco de veras. Hoy toca una instantánea en el parque, frente al lago. Entonces, el objetivo destruirá la perspectiva o la pervertirá a la inversa, para inmortalizar otro retazo de mi cuerpo. Y una a una voy sumando y encajando las piezas de un rompecabezas al que sólo le faltan mis manos, mis ojos, el terrible objetivo que dispara a sabiendas de mi ceguera, a sabiendas de que ha robado toda la luz a mis pupilas, y de que sólo resta la última instantánea (manos y ojos, dobles instrumentos de percusión o melancolía). Eso, la última instantánea, una última instantánea del regardeur atravesado por un hachazo de luz diafragmática. Atravesado por la luz, y derribado por el suelo y muerto en el acto de desfotografiarse a si mismo.

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