Tienes
la sonrisa en los ojos,
la miel en la boca.
No hace falta que te diga
que persigo sueños locos,
que mi maleta de cartón está llena
de recuerdos inmaculados.
Nadie ha tocado mi corazón,
y sin embargo,
allá está al fondo del armario,
como siempre que es viernes.
Ámame en silencio,
con caricias que parten el alma.
Ámame como tu sabes
y dios entre nosotros.
Hoy me siento triste,
pero no concederé tregua alguna
a las lágrimas.
Regurgitaré papel
y buscaré un lápiz
con el que enhebrar mis pensamientos.
Así será más fácil
llorar tu ausencia.
Sin sentirlo,
sólo deseando.
Abriré un camino
de luz y de dicha,
cada día será un día
nuevo sobre la tierra,
mientras en la orilla yo te espero.
A tí, navegante, que nunca supiste
quiero dedicar estas palabras
como un faro.
Cuando te entrego mi cuerpo soy otra
y otros mis fines,
hacer que olvides a las que
que solían divertirte con sus risas.
Y, sin embargo,
caída por los suelos y borracha, rota,
no consigo recordar tu nombre,
tus ojos, tus brazos, tu pecho,
el corazón tuyo tatuado en el mío.
Dime aquello que solías, una sola vez:
“Niña”, y la pena del destierro
que desaparecía.
Aquí con mis grilletes soy desposada,
guerrera de la tierra con su miedo en
ciernes,
perdida en laberintos de símbolos,
tinta y pluma, gavilán y lince fui.
Mas hoy, en aquestas tierras, ¿quién
soy?
Apenas una meretriz mercadeando con su
cuerpo,
liberta enamorada de su amo, cadenas en
el viento errante,
espíritu baldío en tierra de
promisión y esperanza.
Tú no vendrás...
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