martes, 1 de julio de 2014

Castillos en Marte (Novela por entregas)

Por sobre todas las cosas
No, nada me hará olvidar quien fui, mientras era. Y mientras completo la ascensión, oigo a las hordas acercarse aullando, con el viento. Me preparo para la batalla definitiva y recuerdo que aunque débil, soy un guerrero de la luz, que un soplo divino me hizo y que estoy aquí por amor, si bien equivoqué el camino en más de una ocasión y ahora estoy pagando las consecuencias. Se aproximan, sus gritos son cada vez más feroces, sus martillos y sus lanzas esgrimidas en el aire me acosan. Una voz dentro de mí me susurra: "No te detengas ahora". Sus lamentos se hacen perentorios, me rodean por todas partes, pero no me asustan. Ya no. Mi corazón les ha vencido. Ya no soy una niña temblorosa, llena de pánico, torturada por recuerdos que ni yo misma soy capaz de exorcizar. He saldado la cuenta. Sólo me ha costado un óbolo salir de la crisálida. Ahora estoy en paz. "¡Venid a mí, furiosos hijos del mundo!", les grito. Y ellos se acercan en masa, dispuestos a cercenarme la garganta con sus cimitarras y sus alfanjes. Hinco la rodilla en el suelo, exhausta. Lo he dado todo en este viaje, y no sé si podré aguantar el empuje de todo un ejército. Ellos toman posiciones. Les veo acercarse, como temerosos. Saben que tengo a dios de mi parte, que él en la cúspide de la montaña gris me guía y me llena de armoniosa fe. Allí, en las alturas, tengo mi templo, el rezo templado y el llanto irisado de quien nunca ha perdido la esperanza, a pesar del sufrimiento.
Sí, sus gritos son desgarradores. Sí, llueven hacia mí sus piedras y comienzan los primeros golpes. Sí, pesan las memorias grises, allá en el castillo. Sí, aquí está mi cuerpo, derribado y muerto por el suelo, despojo inmaculado después de tanta y tanta lucha al parecer inútil...
Tengo frío, un frío inmenso, inmenso como la soledad del páramo. Inmenso como mi corazón atravesado por mil flechas. Pero he visto el rostro de dios en las alturas, y él me ha llenado con su inmenso amor. Y me ha perdonado. Ahora estoy en la cumbre de la montaña gris. Por fin he llegado. Ése era mi objetivo, ése mi mayor deseo, mayor que el de volver a estrechar los brazos de mi madre. Mayor que el de estrenar el blanco lienzo con el que recomenzar mi vida. Ahora estoy muerta, muerta como el sauce en invierno. Me acerco a la blanca puerta que conduce al santuario. Una pequeña estatua y un surtidor son los únicos adornos del lugar más hermoso que mis ojos vieron. Desde aquí se observa todo Marte. Soy la privilegiada peregrina que duerme en las alturas. Veo mi castillo, mi castillo en ruinas, desde la distancia. Y a mi madre, y a Úrsula, y a Carolo. Esferas brillantes, azules, rojas, amarillas, anaranjadas, bañan el templo con su suave resplandor. Y una melodía me envuelve. He llegado a mi destino. Me acerco a la pequeña estatua y al surtidor. Su suave tintineo produce una cadencia que me transporta a regiones celestes. Volveré a nacer. Viviré otras mil vidas. Y, aunque se vuelva loco, amaré a mi padre por sobre todas las cosas.

FIN

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