viernes, 28 de marzo de 2014

No puedo

Porque yo no puedo
echar a volar,
secar mis alas en el viento.
Porque yo no puedo
llorar a escondidas,
hacer de lo imposible infinitud, vida.
Porque yo no puedo
construir hermosura,
dar al universo besos
de auroras boreales.
¡No puedo! 
Porque no puedo mirar tus ojos
sin encontrarme deleznable,
típica y triste.
Porque no puedo...
Y sin embargo es tan fácil
alejar el dolor de sus fuentes,
tenderte puentes como manos y dádivas
ardientes, te espero.
Aunque no puedo...

sábado, 22 de marzo de 2014

Castillos en Marte (novela por entregas)

Alas de dragón 

Salimos de la choza del brujo en el más absoluto silencio. Ya anochece. Miro a mi dragón y me doy cuenta de que llevo demasiado tiempo sola, de que tengo una gran, enorme necesidad de amor, y de que mi creciente Yuok comienza a colmarlo. Le regalo una caricia, y él retrocede un poco, como buscando impulso. 
-Estamos listos para el gran viaje, Julia Martina. Estoy saciado y ya puedes montar en mí.
-¿Montar en ti? ¿Cómo?
-Sube, y lo verás.
Obedezco. Unas alas descomunales se despliegan y me abrazan, rodeándome y dándome calor. Pequeñas ramificaciones venosas dibujan en ellas un fino trazado irregular, como un mapa de corazones latiendo al unísono. El universo entero está ahora a buen recaudo en mi pecho. Papá está tan lejos...
Por fin tengo un compañero de viaje. Un compañero callado, noble, indispensable. Alguien que me entiende sin palabras, aunque puede comunicarse conmigo en el lenguaje de los hombres. Alguien tan distinto a mi, y a la vez tan similar. Yuok. Mi primer, único amigo tras la guerra que ha asolado Marte.
¿Por qué Papá destrozó nuestro mundo? Nunca sabré la respuesta, porque ha muerto. Solo sé que poco después de su accidente -papá caído por el suelo, sin guantelete ni armadura- se volvió extraño y hosco, como los ogros que habitan en el subsuelo marciano. Dejó de amar a mamá entre las flores y ya no hubo más reparto de caramelos al atardecer. Un día, cogió su maleta enguatada, metió todas sus camisas de franela y descolgó el escudo del portaestandarte. Dejó que el castillo quedara reducido a humo y cenizas, mientras mamá, Úrsula y yo nos quedamos en la calle y Carolo nos ofreció generoso su otra mitad del castillo y sus parterres cuajados de rosas. Nunca más volvió, pero pronto llegaron noticias suyas desde más allá de la montaña gris. Se habia rebelado contra el sistema de castillos y sus castellanos. Alguien dijo que le habían visto montado en su caballo, corriendo de un extremo de la llanura a otro, con el largo pelo suelto, como un loco, persiguiendo sueños rotos.
-Julia Martina, deja de pensar en lo inevitable.
-No tengo más remedio. Nada valgo si no es por mis recuerdos.
-Vales mucho más de lo que piensas.
-Poco es si me ata al pasado de esta manera.
-Julia Martina, eres una criatura preciosa.
-No lo creo. Soy fea y poco grácil. Y tengo los brazos muy largos. Y aún no sé quién soy.
-Lo descubrirás antes de lo que piensas.
Me abrazo al cuello del dragón con todas mis fuerzas.

domingo, 16 de marzo de 2014

Castillos en Marte (novela por entregas)

Flor de almendro

Unos ojos enormes, violetas, me miran llenos de curiosidad. Es Yuok, que despierta a la vida y tan desnudo que tengo que darle calor con mis manos. Sus pequeñas alas están plegadas y parecen mojadas, pero poco a poco, a la luz del sol la transparencia de su cuerpo se va volviendo más oscura y consistente. 
-Tengo hambre, me dice.
Y su voz me parece la más hermosa del universo, porque Yuok es mío, sólo mío, míos sus ojos violetas y mío su cuerpo resplandeciente a la luz del ocaso. Instintivamente, le doy la flor prendida en la rama de almendro, para que le sirva de alimento. Me lame los dedos mientras lo hago.
- Los yuok son criaturas muy sensibles y ésa es la manera en que te agradece tus desvelos. Has de saber una cosa, Julia Martina: si el yuok muere, morirás con él; si vive, será merced a tus cuidados. Recuerda que si procedes correctamente te encumbrará a la gloria. Y su afecto por ti no tendrá límites. 
De la flor de almendro brota ahora una sustancia blanca, como leche materna, que mi yuok bebe con no poco placer mientras parece crecer como por ensalmo. Ya no cabría en mi mano, ya no cabría ni en mis dos manos juntas. Miro al Brujo Azul con cierto recelo.
-Es cierto. Los yuok crecen alimentados por el amor de sus amos. Se ve que ya le quieres un poco.
-¡Un poco! Le quiero ya con toda mi alma, con la misma pasión sacrílega con la que una vez me atreví a querer a...Papá.
Los ojos se me llenan de lágrimas. No hace falta decir nada más. 

viernes, 7 de marzo de 2014

Castillos en Marte (novela por entregas)

Yuok

He llegado a mi primer destino. El Brujo Azul me mira intensa y cálidamente desde sus ojuelos garzos. Apartado en la sombra, parece un camafeo que alguien hubiese tallado a conciencia y rematado en tafilete ornado en plata.
Con la mano libre me indica paso franco, y penetro en la estancia húmeda de siglos.
"Julia Martina", comienza,"has de saber que más allá de la montaña gris te espera un ejército de valientes soldados a los que habrás de liderar en tu guerra definitiva contra los secuaces de Papá".
No sé por qué, la palabra "Papá" adquiere en su boca un eco melancólico que me induce a pensar que el Brujo Azul y mi progenitor habían sido amigos en otro tiempo, muchos, muchos siglos atrás, en el helado lecho de la prehistoria marciana.
"Abre tu mano derecha, y hallarás la primera pueba de Amor", dice el mago, entornando enigmáticamente sus ojillos de ave de rapiña.
Junto a mí aparecen una rama de almendro y un huevo muy pequeño que, sobre una base estable -una de las florecillas rugosas-se mueve incesantemente. Lo que sea que haya dentro está a punto de salir al exterior. Estoy temblando, y no es de frío. Nunca así me han querido tanto como para confiarme un tan digno tesoro. Digno...e ignoto, porque no sé qué contiene. Y pregunto al brujo.
"Es un huevo de yuok", anuncia, como si ya me hubiese acostumbrado al lenguaje de los cuentos fantásticos. "Los yuok habitan en los helados picos de la montaña gris. Son mitad pájaros, mitad dragones, y entienden el idioma de los hombres. Cuenta la leyenda que si un humano cria a un yuok desde el estado ovario, el yuok se convertirá en el Primer Guardián Protector de su casa.
"No tengo casa", digo, conteniendo un sollozo, "sólo un castilo viejo del que mis miedos y mis sueños me han expulsado".
"Miedos y sueños son afanes contradictorios. Los miedos conducen al abismo, y los sueños a la cumbre de la montaña mágica".
"A veces sueño que caigo por el abismo".
"¿Y nunca has soñado que vuelas?"
"¿Es como caer?"
"Es muchísimo mejor". Al viejo le brillan los ojos mientras me golpea delicadamente con el bastón. "Sientelo".
Los pies se me llenan de aire y la rama ovárica se agita poniendo en peligro el embrión de yuok. Todo gira a mi alrededor, hasta que me doy cuenta de que soy yo quien gira. Una y otra y otra y otra vez hasta que la rama de almendro y el huevo dan a parar al suelo.
"¡Nooo! " grito con toda la fuerza de mis pulmones. "¡Yuoook!".
"Tranquila, Julia Martina. Era necesario. Mira".

sábado, 1 de marzo de 2014

Estudio en gris (cuento inverso)

Es estúpido...estoy cansado de revelar siempre el mismo estúpido fragmento de realidad venidera. Estúpido. Inútil. Estúpido, estúpido...Mi cámara enfoca un fragmento descontextualizado de materia aparentemente inerte, sin más consecuencia, sin atrapar siquiera el instante en que lo insignificante se vuelve significativo, para luego inyectarlo de luz ante mis ojos. Nada de lo frágil es eterno, nada de lo fragmentario forma parte del todo o se relativiza en la mirada de un personaje angustioso/angustiado atrapado en uno de los cuentos de Cortázar. "Las babas del diablo", de hecho, no me causó conmoción alguna, ni como relato ni como condición de portal de acceso a realidades otras. Y, sin embargo, aquí me tienen coleccionando estudios en gris de un enorme puzzle que nunca acabase de encajar. Huelga confesar que mi profesión de fotógrafo profesional me coloca en la posición del que mira atenta, intensamente, o sea del voyeur, aunque yo prefiero un término más acorde con lo que me gusta hacer: regarder. Regarder es guardar dos veces, una en la pupila y otra en la retina, la imagen que finalmente atrapará la mente. La señora que cruza el semáforo, sin apercibirse de que es mirada. El niño que llora. El antiguo liceo pintado de amarillo y reconvertido en centro cívico para usos múltiples. Los amantes. Y el regardeur que abre el diafragma de su cámara y aplica el objetivo a aquello que cree de su interés, para luego llevarlo a casa, a ese pequeño apartamento de la rue Du Chat, colocar el rollo en el tanque de revelado y esperar con impaciencia la nueva entrega de su pesadilla.
Porque en lugar de la señora que cruza el semáforo, sin apercibirse de que es mirada, el niño que llora, el antiguo liceo pintado de amarillo y reconvertido en centro cívico para usos múltiples o los amantes, aparece un nuevo centímetro cuadrado de mi piel escasa y desnuda sobre el acerado, y sé que es mi piel por esa mancha de nacimiento en forma de herradura y que asoma entre la hojarasca capilar, muslo izquierdo, en avenida con el cuádriceps y su infinita articulación de ramales venosos desembocando ya en la ingle, y sé que es mi piel porque el objetivo se burla de mi y quiere volverme loco, loco de veras. Hoy toca una instantánea en el parque, frente al lago. Entonces, el objetivo destruirá la perspectiva o la pervertirá a la inversa, para inmortalizar otro retazo de mi cuerpo. Y una a una voy sumando y encajando las piezas de un rompecabezas al que sólo le faltan mis manos, mis ojos, el terrible objetivo que dispara a sabiendas de mi ceguera, a sabiendas de que ha robado toda la luz a mis pupilas, y de que sólo resta la última instantánea (manos y ojos, dobles instrumentos de percusión o melancolía). Eso, la última instantánea, una última instantánea del regardeur atravesado por un hachazo de luz diafragmática. Atravesado por la luz, y derribado por el suelo y muerto en el acto de desfotografiarse a si mismo.

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