domingo, 14 de julio de 2013

Castillos en Marte (Novela por entregas)

CAPÍTULO TRES

ÚRSULA, LA USURPADORA

Me enfrento a la página en blanco y le pregunto si ha visto alguna vez a una embustera tan nerviosa como yo, tan ansiosa por contar su historia y soltarla como quien suelta un exabrupto. Quizá no cueste tanto ir juntando las letras y poniéndolas en orden, en el orden que yo quiera porque soy su inventora, su geniecillo con lámpara maravillosa incorporada. En el lugar donde los anhelos se cumplen, donde las invenciones se convierten en lo único e imprescindible para existir y ser feliz. Desde muy pronto me di cuenta de que allí, en el paisaje siempre verde de las mentiras con argumento, estaba mi otro universo. Los niños grandes del patio dejaron de causarme espanto. Ya no iba  de la mano de un adulto, chillando y suplicando y moqueando para que no me llevasen a rastras al colegio. Simplemente bastaba con uno de esos ensalmos, unos ojos redondos y brillantes y una sonrisa beatífica para convencer a aquellos seres altos y ocupados de que era verdad cuanto yo decía. Y si un día me caía al suelo de chinos del patio en la escuela, y me caía por pura inercia –así es como besan el pavimento quienes juegan solos- enseguida venía a mí la patraña salvífica. ‘Los niños grandes me han empujado escaleras abajo’. Y dos gruesos lagrimones, seguidos de un teatral tembleque, rubricaban mi engaño. Sólo me faltaban, a la espalda, dos alas de ángel. La tercera ocasión en que aparecí con los leotardos rotos y las rodillas desolladas, mi padre, que nunca se enfadaba, que era una especie de héroe anónimo con la ‘S’ de santo bajo el batín de peluquero, que era amigo hasta de sus enemigos, armó una trifulca y exigió ver enseguida al señor director. Imaginen la escena. El progenitor de un lado, el enseñante de otro, y yo en medio con mi rodilla sangrante y mi vestido roto y mi gesto de compunción. Jamás volví a pisar el aula prefabricada ni el patio de chinos sueltos. Y, mientras mi Edén particular duró, me cuidé mucho de que la inercia (verdadera fuerza de oposición de una embustera) me provocara una accidental caída. Permanecí el resto del curso escolar en el castillo, al cuidado de mi madre y de mi hermana mayor, que era como una réplica materna en miniatura. Cuidados gemelos y regaños idénticos para el rabo de lagartija que, a sus seis años y algunas lunas, no paraba un momento quieta. Pronto me aburrí del silabario y quise explorar las habitaciones de aquella casa que me parecía inmensa. No me cansaba de andar de un lado para otro, jugando a esconderme entre grandes armarios y desvencijados baúles. Pensaba yo, infeliz, que algún tesoro albergaban si con tanto empeño su contenido era guardado bajo llave de siete vueltas. Mi empeño forzaba denodadamente los cierres y los pestillos, hasta que la vejez y las polillas los vencían y se abrían como el mecanismo de un reloj estropeado. Pero, ¡oh, decepción! Allí no había más que algunos trajes con aspecto de haber sido usados hacía muchos, muchos siglos, tantos como al morir tenía el abuelo al que vagamente recordaba. Pero ¡qué bien se estaba dentro! Creo que pasé la mayor parte de mi infancia allí escondida, o imaginando que lo estaba.
Fui expulsada de aquel paraíso con olor a naftalina el mismo día en que Úrsula, la Usurpadora, llegó al castillo. Desde entonces, Marte nunca volvió a ser el planeta enano donde yo gobernaba, con puño de hierro, desde mi trono crisoelefantino.
Licencia Creative Commons
Castillos en Marte por Francisca Castillo Martín se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://cuadernosdelolalavanda.blogspot.com.es/2013/07/castillos-en-marte-novela-por-entregas_14.html.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Buscar este blog